La niebla cubre tenaz la Sierra del Sueve, asciende por sus laderas, se interna en sus vaguadas y se aferra a sus cumbres, tapizando el terreno.
Sin embargo bajo ese manto blanco y húmedo se descubren infinidad de colores: rojo de las bayas, alimento de multitud de animales; gris de la piedra caliza, esculpida caprichosamente por el agua; negro del asturcón, compañero del campesino asturiano desde la prehistoria; y sobre todo, verde, que domina una naturaleza antigua, intrincada y misteriosa que conserva vestigios de la selva que cubría Europa en épocas remotas.
La Sierra del Sueve tiene unos 12 kilómetros de longitud, presumiendo de su cercanía al mar, sobrepasando los 1.100 metros de altitud en varias de sus cumbres: Picu Pienzu (1.161 m), Miruenu (1.137 m) y Les Corripies (1.114 m).
Está compuesta fundamentalmente de roca caliza, con abundantes cuevas, depresiones y valles ciegos, que en la zona más alta se encuentra salpicada de praderías y majadas, entre las que crecen espineras, junto a endrinos y acebos. Son mayoritariamente plantas espinosas que se protegen de los herbívoros que pueblan la Sierra, ya que en los puertos, además de las vacas y asturcones, pastan también gamos.
El Sueve alberga la única población de gamos de Asturias, fruto de una repoblación realizada en los años 60, y que ofrecen en la época de celo un espectáculo sobrecogedor, la llamada “ronca”.
Aves rapaces como buitres o alimoches sobrevuelan la Sierra junto a aves típicas de zonas rocosas, como las ruidosas chovas.
En sus laderas se conservan aún algunos bosques como el hayedo de la Biescona o una tejeda de extraordinario valor natural. Pero estas no son las únicas joyas botánicas de la Sierra, porque en Obaya, en las cercanías de Gobiendes, se mantiene un pequeño lugar con surgencias y pequeñas cascadas en el que se mantienen un grupo de helechos tropicales, que son una auténtica rareza en la región.
Fotografía de cabecera: nieblas en el Sueve (© JF Sánchez Díaz)